lunes, 25 de octubre de 2010

Ouroboros

Uno esta viajando en un tren ¿no? uno esta sentado junto a la ventanilla mirando como pasan las cosas. Uno ve pasar edificios altos y casa bajas, ciudades grandes y pueblos chicos. Ve pasar bosques y praderas, llanuras y montañas, playas y mares, noches y días, inviernos y veranos. Uno no sabe de donde viene ni hacia donde va, tampoco sabe cuanto tiempo hace que esta viajando en el tren, ni cuando va a llegar a destino. Solo se contenta con el hecho de estar viajando en una dirección, desplazándose a través de los muchos paisajes que se suceden.

A veces uno se queda pensando en la gente que estuvo allí antes construyendo las vías, en como esa gente mas que nadie debió sentir esos lugares en carne propia. Piensa en el calor del desierto, o en el frió de los picos nevados. Piensa las noches y los días de aquellos que trabajaron instalando los rieles sobre los que ahora se desplaza velozmente nuestro tren, mientras uno observa los paisajes desde la comodidad de su asiento.

Entonces un túnel sumerge al vagón en la más absoluta penumbra. Otro de tantos túneles que atraviesan las montañas mas altas e infranqueables, se dice uno y se relaja en su asiento, aprovechando a manera de descanso la ausencia de un paisaje en la ventanilla que acapare su atención y su imaginación. El túnel se extiende largamente y uno se va hundiendo en el asiento, adormeciéndose mientras piensa en la enorme cordillera que atraviesa aquel oscuro túnel excavado en sus más profundas entrañas. Uno se va hundiendo en un sopor tan profundo como el túnel, hasta que se encuentra a si mismo dentro de un vivido sueño.

En el sueño esta afuera del tren, bajo una luna llena que solo sabe romper la negra monotonía del paisaje reflejándose paralelamente en dos rayos de luz espectral, que se interrumpen a sus pies en la forma de dos rieles de acero: una vía inconclusa. En el sueño esta solo y ha de continuar el trabajo, instalando durmiente tras durmiente y remachando sobre ellos los pesados rieles. En el sueño esta cansado, tiene hambre y frió, pero no se puede detener. Bajo la tenue luz de la luna llena continua su trabajo sin reparar en la otra luz que ve de reojo en el horizonte, el pequeño resplandor de un tren acercándose a toda velocidad. Un resplandor que de pronto ya no se ve tan pequeño, una bocina estridente que se oye cada vez mas fuerte. Y sin embargo no viene a interrumpir su tarea, como si se tuviera chance alguna de posponer el desastre que se avecina. No detiene su trabajo sino hasta que nota como sus manos se van iluminando por el resplandor inminente. Solo ahí es cuando levanta la mirada en un gesto final de resignación.

Entonces uno despierta en el asiento del tren que aun sigue surcando la persistente oscuridad del túnel. Uno se ve invadido por una perturbadora sensación de incongruencia, pero rápidamente atribuye esto a la lucidez con la que experimento el sueño del que apenas se despierta. Sus pensamientos reparan entonces en lo extenso del túnel que quien sabe cuanto tiempo lleva recorriendo el tren. Tanto tiempo viajando a oscuras hace que piense cualquier cosa, se dice uno tratando de recuperar la calma que no encuentra. El tren avanza a toda velocidad, no puede verlo pero puede oírlo en el traqueteo incesante, casi la única conexión sensorial que tiene con ese mundo que no es el sueño, pero uno ya no sabe. Porque en esta ventanilla no, pero quizá del otro lado se puede ver una luna llena radiante. O quizá el maquinista la ve desde su cabina, reflejándose en los rieles como dos rayos perfectamente paralelos, que quizá se interrumpan en la negra noche a los pies de un obrero que solo atina a levantar la mirada para recibir de lleno las consecuencias de su trabajo inconcluso.

Pero no, de repente la luz del día barre con la penumbra y uno casi de inmediato cierra los ojos que duelen. Casi de inmediato, pero basto un instante de luz para ver algo todavía mas angustiante que el sueño del tren a punto de descarrilarse. Lentamente entreabre los ojos y confirma lo que le dijo aquel vistazo fugaz: el tren sigue atravesando el paisaje a toda velocidad, si, pero en la dirección contraria.

Uno se levanta abruptamente y mira a su alrededor. Ve caras de lejos, y de cerca, pero igualmente lejanas. Se da vuelta y se abalanza torpemente hacia el asiento trasero, donde una pareja joven le devuelve una mirada incrédula. Le aseguran que no notaron en ningún momento que el tren se detuviera o cambiara de dirección. Mismo un hombre de sombrero en la otra fila, que se muestra disgustado de tener que despegar los ojos de la ventanilla para responderle, o una anciana delante de este que parece incomodada por las indagaciones. Pronto aparece un guardia y le pide que vuelva al asiento, que seguramente en la oscuridad del túnel uno se desoriento, que es algo muy común…

Y uno piensa que puede ser cierto, que la mente puede haberle jugado una mala pasada, que quizá siempre estuvo sentado al revés y al perder la referencia por un tiempo tan prolongado simplemente se olvido de ese detalle. Y entonces uno vuelve a la comodidad del asiento, y apoya la nariz en el frió de la ventanilla.

Hay montañas en el horizonte, con laderas cubiertas por bosques. Entonces pasan pinos, abetos, algunas rocas grandes y filosas, un barranco pronunciado. Y de pronto uno sabe que pasando el barranco aparecerán mas abetos, y luego vendrá un arrollo. Uno lo sabe porque ya recorrió ese lugar en sentido inverso.

Se dice entonces que ya fue suficiente, deja el asiento y con paso decidido se dirige hasta es habitáculo del maquinista. Después de cruzar un par de vagones uno se da cuenta de que si el tren va en la dirección contraria, el maquinista en realidad ahora debe estar en el extremo opuesto. Se da vuelta y se topa con el guardia, pidiéndole otra vez que vuelva a su asiento. Uno le dice que no, que el tren esta yendo al revés y que uno no se va a calmar hasta que pueda hablar con el maquinista. Acto seguido empuja a un costado al guardia y sigue su camino. El guardia no lo sigue.

Cruza vagón tras vagón a pasos largos y violentos. La gente, sentada, no quita la vista de la ventanilla. Algunos lo miran nerviosamente, pero nadie se levanta, nadie pregunta. Eventualmente los pasos se vuelven trote, y al cabo de varios vagones uno ya esta corriendo tan rápido como puede. Uno atrás de otro va saltando de vagón en vagón, corriendo en la dirección contraria, piensa, pero solo de esa manera se puede dar con el maquinista de un tren que va al revés ¿no? Es una idea simple, pero la verdad es que uno ya no sabe cuantos vagones cruzo. Imposible no reparar en lo inusualmente largo del tren, ineludible también el cansancio. Agotado, uno se detiene jadeante a la mitad del enésimo vagón.

Inútil buscarle cola y cabeza a una serpiente que se come a si misma, dice un hombre mayor que lo mira desde su asiento. Uno trata de explicarle entre jadeos de fatiga lo que esta pasando, pero el hombre ya lo sabe. Le dice a uno que de cualquier manera, para los pasajeros y el maquinista el tren siempre va hacia delante.

Entonces uno pregunta que es lo que pueden hacer aquellos que se dan cuenta del cambio. El hombre no dice nada, solo apunta con la mirada hacia una puerta lateral del vagón, y sonríe.

Uno se queda en silencio, lentamente recuperando el aliento. Mira hacia un extremo del vagón, luego hacia el otro, es como ver dos espejos enfrentados piensa. Deja salir un suspiro profundo y camina hacia la puerta lateral.

Cuando uno abre la puerta y recibe de lleno la corriente de aire frío, no puede evitar pensar que tuvo que haber alguien en aquel lugar antes que el tren.